lunes, 1 de febrero de 2016

Aquella princesa


Aquella princesa
estuvo mil años encerrada en una torre fría y silenciosa
sólo se oía el crujir de su tristeza
el murmullo enfadado de su vida inmóvil
el golpear de su sangre sobre las mañanas estériles

La princesa comía niñas estrellas
las cazaba al inicio de la noche
atrayéndolas con su dulce canto
Todo el cielo estaba horrorizado ante su crueldad
pero qué podía hacer ella
quizás tejer su pelo, tan largo que llegaba hasta el alba
quizás tocar un arpa inútil hecha de deseos
quizás soñar un príncipe
sí, la princesa pensaba, con la boca llena de polvo y de luz,
podría haber construido un príncipe,
con corteza de árbol y piedras su estructura
con plumas de pájaros su voz
con mi pena frágil su alma
pero qué cansado el trabajo de toda esa arquitectura
y lo que vendría después:
escuchar sus manos escarbar la tierra y mi corazón
escuchar su respiración derribar mi torre y mi pecho
sentir cómo camina sobre la puerta de mi celda y sobre mi pensamiento
invadiendo el dolor, la soledad,  mi frente, mis ojos,
conquistando cada uno de mis huesos

Así que la princesa rompía en trocitos pequeños
las hojas secas que jugando se colaban por las rejas de su ventana
y les daba la espalda a las aves pequeñas que querían picar su alma
no fuera a ser que el príncipe creciera poco a poco
hecho de la leve materia que invadía los rincones 

Es mejor comer estrellas, se decía,
comer estrellas es un delito contra el sueño
pero un príncipe es un delito contra despertar.