Quiero verla, oírla hablar, ver cómo se mueve entre los
pliegues sucios del pasado. Pero está difuminada, disminuida ¿En qué rincón
perdido del tiempo ha quedado olvidada? Su leve paso sólo es ceniza, apenas
unas líneas en algunos libros. Toda su pasión, todo su dolor han sido cubiertos
por la maleza del olvido. Para saber más
debo apartar bosques y batallas, hazañas
y hombres agrandados por los ojos de la historia. Quizás sea normal. No es más que una chiquilla de siete
años a la que su padre arrastra del cabello como sólo puede hacerlo un rey.
Sólo es una niña que huye de su casa porque no le permiten estudiar música. Ella
quiere bailar y mover sus manos como mariposas. Mírala girando, riendo. ¿La
mira su hermano Federico II el grande?
La vida de Federico se
describe profusamente; sus logros, su especial carácter. Ahí, en una esquina del relato, asoma la
pequeña princesa que sueña notas y pájaros. Podría esperarse que su hermano la
comprendiera; su padre también lo despreció por preferir palabras y música al frio devastador de las armas, ese
frio que inundará su corazón siete años. El ama todo lo delicado que habita en
el mundo, en su corte se habla en francés y el viejo Bach probará sus
pianofortes e improvisará sobre una melodía compuesta por él. Quién puede
imaginar mayor gloria. Federico mantiene correspondencia con Voltaire,
quien vendrá a iluminar el reino y se
marchará mascullando que el rey precisa que lo halaguen igual que las coquetas.
Pero cuando mira a Anna
Amalia, Federico II el rey ilustrado, ¿qué ve?
Sólo un entramado de huesos y
humores. Apenas nada. Por eso cuando Anna Amalia se casa en secreto con Barón Federico von der Trenck,
Federico no recuerda que él mismo había intentado escapar a Inglaterra con su
compañero Hans Hermann von Katte, y que fue apresado y que tuvo que presenciar
cómo su amigo era ejecutado. Un árbol cortado de raíz. Un dolor instalado
quizás como veneno en el alma. Pero Anna Amalia es una mujer, como hemos dicho,
acaso un entramado de huesos y humores. Así que el rey afrancesado, el rey
filósofo, el rey músico, encarcelará al barón durante diez largos años, anulará
el matrimonio y recluirá a la princesa triste de todos los cuentos en la Abadía
de Quedlimburg. Y ¿qué tiene que decir a esto Voltaire? Él que trajo la luz al
mundo. ¿Nada? Pero si él mismo glosó las aventuras del Barón, al igual que
Víctor Hugo. Y estos doctos señores, ¿no se apiadarán de la suerte de Anna
Amalia? Creo que no, creo que su tolerancia y su bondad pasarán de largo.
Anna Amalia llegó a ser
Abadesa de Quedlimburg, pero su alma que volaba no se quedó recluída; vivió en
Berlín, atesoró partituras, escribió música. En sus salones paseó la
inteligencia y la melodía. La princesa tocaba la flauta, el violín y el
pianoforte. Pasados los treinta años comenzó a recibir clases de composición de
Kirnberger que a su vez había sido alumno del gran Bach. Quizás la princesa
recordara aquel día de 1747 en el que el viejo Bach había sido retado por su
hermano Federico a improvisar una fuga a seis voces. La princesa atesora
partituras, una extensa y hermosa colección que su profesor Kirnberger le ayuda
a ordenar, en su biblioteca murmuran
motivos, fugas, cantos, Carl Philipp Emanuel Bach,
Telemann, músicos y notas, fragmentos y vidas. Mientras Diderot y d´Alembert componen su enciclopedia,
mientras Rousseau y Voltaire disertan, Ana Amalia compone, recoge partituras,
estudia, conversa. Quizás debe soportar oír aquello que también escuchó
Virginia:
'Señor,
una mujer compositora es como un perro que caminara sobre sus patas traseras.
No lo hace bien, pero es de sorprenderse que algo logre".
En todo caso, su
excesivo rigor le hace destruir casi todo lo que compone. Pero algunas piezas
han llegado hasta hoy, son como un pequeño aliento, una caricia en el aire que
recuerda que ella estuvo aquí, y sufrió y amó, y libró todas las batallas.
Anna Amalia llegó al
mundo áspero de 1743, y murió en 1787 en Berlín. Es de esperar que en su muerte
pequeñas niñas corcheas la acompañaran, y violines invisibles despidieran su
corazón, que tanto soñó y tan duramente fue golpeado.
Caminó por un mundo
iluminado que no fue capaz de alumbrar
del todo, y por las esquinas que quedaron en penumbra mujeres valerosas se
afanaron en abrir puertas, o por lo menos, en construir con sus manos pequeños
mundos que aún perduran, bajo los nombres crueles de las guerras, bajo los
miles de tratados y acuerdos firmados por las rudas manos de los reyes, bajo el
peso excesivo de la gran historia, la historia subterránea de las mujeres late
y permanece. Lo dijo Virginia y es cierto
..
. Porque no se necesita mucha habilidad psicológica para estar seguro de que
una chica sumamente dotada, quien hubiera intentado emplear ese don en la
poesía, se habría visto tan frustrada y tan impedida por otras personas, tan
torturada y tan dividida por sus instintos en oposición, que de seguro habría
perdido la salud y la cordura. . .
Pero escuchemos la
música de Anna Amalia, su paso leve que aún perdura