Aquella
princesa
estuvo
mil años encerrada en una torre fría y silenciosa
sólo
se oía el crujir de su tristeza
el
murmullo enfadado de su vida inmóvil
el
golpear de su sangre sobre las mañanas estériles
La
princesa comía niñas estrellas
las
cazaba al inicio de la noche
atrayéndolas
con su dulce canto
Todo
el cielo estaba horrorizado ante su crueldad
pero
qué podía hacer ella
quizás
tejer su pelo, tan largo que llegaba hasta el alba
quizás
tocar un arpa inútil hecha de deseos
quizás
soñar un príncipe
sí,
la princesa pensaba, con la boca llena de polvo y de luz,
podría
haber construido un príncipe,
con
corteza de árbol y piedras su estructura
con
plumas de pájaros su voz
con
mi pena frágil su alma
pero
qué cansado el trabajo de toda esa arquitectura
y
lo que vendría después:
escuchar
sus manos escarbar la tierra y mi corazón
escuchar
su respiración derribar mi torre y mi pecho
sentir
cómo camina sobre la puerta de mi celda y sobre mi pensamiento
invadiendo
el dolor, la soledad, mi frente, mis
ojos,
conquistando
cada uno de mis huesos
Así
que la princesa rompía en trocitos pequeños
las
hojas secas que jugando se colaban por las rejas de su ventana
y
les daba la espalda a las aves pequeñas que querían picar su alma
no
fuera a ser que el príncipe creciera poco a poco
hecho
de la leve materia que invadía los rincones
Es
mejor comer estrellas, se decía,
comer
estrellas es un delito contra el sueño