Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir
que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo
ya y también viéndome que escribía.
El grafógrafo. Salvador Elizondo
Escribir
Escribía en el borde de la
madrugada. Escribía en el reverso del día, levantando con cuidado una esquina
de la clase de latín. Escribía escondida debajo de la clase de matemáticas.
Escribía en las pausas del aire, mientras caminaba por la ciudad. Escribía en la música, mirando el techo de los
teatros. Y en las miradas de la gente. Escribía
en los árboles y en las tardes largas.
Escribía porque la prisa no la había
alcanzado, y ella no sabía que venía detrás y que acechaba.
Escribía porque no había papeles que
cumplimentar, manos que estrechar, escalones que subir.
Escribía porque el alma estaba abierta y a
veces sin saber por qué, herida.
Escribía porque veía cosas, y oía
cosas, y sabía que eran ciertas.
Escribía en los vasos turbios, en
los amores imposibles a los que se enganchaba, en las conversaciones largas y
hermosas.
Escribía porque todo sucedía de una
forma mágica y extraña.
Escribía como una forma de vivir.
Escribía porque soñaba. Escribía porque no era gris la mañana. Escribía porque
aún estaban algunas puertas cerradas.
Escribía como beber agua, como mirar
la luna de forma interminable, como no saber volver a casa por otras calles.
Luego algo pasó, y todo lo no
escrito se fue agolpando, presionando, empujando, fue colapsando por dentro sus
rincones. Hasta que las palabras se abrieron de golpe.
Y escribió.
Escribía para no volver a quedarse
nunca dormida. Escribía para no olvidar que hay otra manera. Escribía porque
sabía que eran mentira muchas cosas y que otras permanecían impasibles y
escondidas.
Escribía.
María Pérez Collados