domingo, 15 de marzo de 2015

Virginia Tuvo que leerlo


Virginia tuvo que leerlo

. . Si bien es verdad que un pequeño porcentaje de las mujeres son inteligentes como los hombres, en conjunto, la inteligencia es una especialidad masculina. No hay duda de que algunas mujeres son geniales, pero la suya es una genialidad inferior a la de Shakespeare, Newton, Miguel Angel, Beethoven, Tolstoi. Además, la capacidad intelectual mediana de las mujeres parece muy inferior. . .

¿Quién ha escrito esta pequeña reflexión? ¿Merece la pena saberlo? Quizás sí, ya que sabemos que Virginia tuvo que leerla, escucharla, contestarla. Ya que sabemos que hay todavía un murmullo que nos acompaña, y que tiene la curiosa forma de palabras parecidas, escondidas ahora en huecos pequeños y frases disfrazadas de normalidad , como pequeñas espirales sin fin.
Vamos pues a ver quién es ese hombrecillo que respira fuerte, lleva corbata de nudo hecho y lleva quince días sin afeitarse; ese hombrecito que de forma tan exhaustiva y segura pregona la inferioridad intelectual de la mujer.

Una imagina a ese hombrecito realizando esforzados trabajos, intrincadas investigaciones, escalando la historia, hurgando en los más recónditos rincones para asegurarse de no hallar una mujer con el genio de Shakespeare. Una imagina. . .pero pongamos nombre a este gracioso hombrecito. . . ¿Voy a escribirlo? ¿Le daré un pequeño espacio en mi página? En este territorio en que planto  palabras niñas, pájaros,  nombres de árboles que son urgentes, como higuera, olivo, sauce, olmo, acacia, roble. .. sí, abramos la puerta y donde un día puse Alejandra, Jane, Simone, Virginia, pongamos a este hombrecito llamado Arnold Bennett.
Arnold Bennett escribió novelas y ejerció el periodismo; de hecho, escribió en diversas revistas femeninas en las que, imagino, tuvo que sujetar su alado talento, para delimitarlo y meterlo en la jaula del genio escaso de la mujer.
Arnold escribió mucho, y aún hoy se reedita su obra, no tanto desde luego como la de Virginia. ¿Deberíamos leerlo? No lo sé, quizás. Puede que lo ojee desdeñosamente desde mi posición privilegiada; yo viva, él muerto, yo presente, el cubierto por la gris textura de los años. Yo esgrimiendo mis palabras como espadas, él sometido a este inofensivo escrutinio, con sus peores frases abiertas  y al descubierto. Puede que  lea Enterrado en vida o cuento de viejas, y que Virginia y yo sonriamos. Ahora que  Virginia dice No necesito odiar a ningún hombre, no puede herirme. ¿No puede herirme? ¿No hirió a Virginia?
Arnold y Virginia mantuvieron un duelo intelectual sobre la naturaleza de la novela, una querella con los modernos en la que Bennett defendía el realismo como único cauce para la creación literaria. Me deprime el astuto realismo del señor Bennett, diría Virginia. Así que durante una década, dos escritores se enfrentaron en artículos, conferencias, reuniones. Así que Arnold consideró después de todo que la inteligencia y el valor de Virginia merecían todo ese esfuerzo. Quizás esto es lo que debemos recordar, aún hoy, con esos insectos molestos y tenaces todavía revoloteando, manchando la luz.
Cuando Arnold Bennett murió Virginia escribió en su diario:

Arnold Bennett murió anoche; lo cual me ha dejado más triste de lo que hubiera supuesto. Un hombre amable y auténtico; limitado, un tanto torpe en el vivir; con buenas intenciones; grandote; cariñoso; rudo; sabedor de su rudeza; oscuramente desorientado y en busca de otras cosas; atosigado de éxito; herido en sus sentimientos; ávido; de palabra premiosa; intolerablemente prosaico; con cierta dignidad; entregado a la literatura; pero siempre estafado, engañado por el esplendor y por el éxito; aunque ingenuo; un viejo latoso; un egotista; muy a merced de la vida, a pesar de su competencia; una visión de la literatura propia de tendero; aunque dominando sus rudimentos, cubiertos de grasa y de prosperidad y por el deseo de horribles muebles Imperio; con sensibilidad. Cierta capacidad de verdadera comprensión, así como un gigantesco poder de absorción. Estas son las ideas que se me ocurren a arrebatos y sacudidas, mientras esta mañana estoy ahí sentada haciendo periodismo; recuerdo su firme decisión de escribir mil palabras todos los días […] Es extraño observar cuánto lamenta una la desaparición de una persona que causaba la impresión, tal como he dicho, de ser auténtica; que estaba en directo contacto con la vida, por cuanto me trató mal; y casi deseo que pudiera seguir tratándome mal; y yo tratándole mal. Un elemento de la vida –incluso de la mía, tan remota- que nos ha sido arrancado. Esto es lo que más importa.