Hacía versos y nació rodeada de azul y
sueño. Luego llegó a Madrid y siguió
escribiendo. Era una mujer hermosa. Era
una mujer. Era muy inteligente, tanto, que sabía mirar más allá de la mañana,
acaso hacia otro tiempo, acaso hasta hoy. Cómo me gustaría que pudiera andar
por las calles de mi barrio, ver a las
niñas, a las adolescentes con sus mochilas camino del colegio, ver a las
mujeres atareadas y rápidas camino de trabajo. Qué pensaría esta mujer de
corazón valiente si pudiera atravesar la niebla del tiempo, atravesar las
guerras sucedidas, las ciudades cambiantes que han ido volviéndose duras y metálicas,
los dolores cotidianos, las pequeñas heridas escondidas en las manos de la
gente; desde 1873, cuando cerró los ojos para descansar de la luz intensa de su
vida hasta esta mañana fría de Enero, del año 2014. ¡2014! Exclama, y mira
a su alrededor. Y ve.
Gertrudis escribe y ama. Y es abandonada y
herida. Mientras camina por la mitad del siglo XIX conoce a Gabriel García
Tassara, que cierra la puerta y la deja sola, embarazada, herida. ¿Os imagináis?
Una mujer escritora, de ideas avanzadas, inteligente, embarazada, soltera,
sola. Haciendo camino con su dolor para que otras mujeres más adelante sean
inteligentes, estén solas, quizás heridas, pero caminen. Fijáos en lo que el
poeta le escribe cuando ella le pide unos versos:
Inspíramelos tú con tus verdades
Cual tus mentiras me inspiraron éstos.
Inspíramelos
tú... Bien sabes cómo ...
Dignos de ti, que por tenerlo todo,
Demonio
celestial, tienes talento
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Mujer y
escritora, autora de poesía, novela y teatro, nostálgica y románica,
espiritista y espiritual a veces. Demonio celestial, para los hombres
sorprendidos de aquel siglo.
Mirad por ejemplo a Zorilla, creador de Doña Inés, paradigma de la pureza y
la ingenuidad de las mujeres. Zorrilla, que escapó de su destino de abogado y
retó su destino para ser el escritor romántico, pero que no puede ser compañero
de letras y libertades de una mujer, escribe:
. . .su escritura briosamente tendida sobre el papel, y
los pensamientos varoniles de los vigorosos versos con que reveló su ingenio,
revelaban algo viril y fuerte en el espíritu encerrado dentro de aquella
voluptuosa encarnación mujeril. Nada había de áspero, de anguloso, de
masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer, y de mujer atractiva: ni la
coloración subida en la piel, ni espesura excesiva en las cejas, ni bozo que
sombreara su fresca boca, ni brusquedad en sus maneras: era una mujer; pero lo
era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un
alma de hombre en aquella envoltura de carne femenina.
Un alma de hombre en
una envoltura femenina. Despojadas de la independencia, despojadas de la
inteligencia, despojadas del trabajo y la cultura. Gertrudis no fue admitida en
la Academia de Letras, en la que intento entrar en 1863. Era muy culta, era una
gran escritora, era rebelde y de ideas avanzadas. Pero una mujer no podía
escribir profesionalmente. Despojadas. Pero aún en pie y avanzando. Miro hacia
atrás y veo todavía caminar a Gertrudis, casi podría darle la mano.
Gertrudis murió en
1873.
En 1882 en Londres
nació Virginia.
Quizás en algún
momento pudieron también ellas darse la
mano. Quizás cuando Virginia era rechazada en algún curso universitario, cuando
era despojada, quizás, Virginia miraba
hacia atrás y recordaba cómo su vida derivaba de las vidas de las mujeres que
la precedieron. Después Virginia volvía a mirar hacia delante. Y perseveraba.
Quisiera decirles, gracias.