miércoles, 29 de enero de 2014

Gertrudis Y Virginia se dan la mano




Hacía versos y nació rodeada de azul y sueño.  Luego llegó a Madrid y siguió escribiendo.  Era una mujer hermosa. Era una mujer. Era muy inteligente, tanto, que sabía mirar más allá de la mañana, acaso hacia otro tiempo, acaso hasta hoy. Cómo me gustaría que pudiera andar por las calles  de mi barrio, ver a las niñas, a las adolescentes con sus mochilas camino del colegio, ver a las mujeres atareadas y rápidas camino de trabajo. Qué pensaría esta mujer de corazón valiente si pudiera atravesar la niebla del tiempo, atravesar las guerras sucedidas, las ciudades cambiantes que han ido volviéndose duras y metálicas, los dolores cotidianos, las pequeñas heridas escondidas en las manos de la gente; desde 1873, cuando cerró los ojos para descansar de la luz intensa de su vida hasta esta mañana fría de Enero, del año 2014. ¡2014! Exclama, y mira a su alrededor. Y ve.
Gertrudis escribe y ama. Y es abandonada y herida. Mientras camina por la mitad del siglo XIX conoce a Gabriel García Tassara, que cierra la puerta y la deja sola, embarazada, herida. ¿Os imagináis? Una mujer escritora, de ideas avanzadas, inteligente, embarazada, soltera, sola. Haciendo camino con su dolor para que otras mujeres más adelante sean inteligentes, estén solas, quizás heridas, pero caminen. Fijáos en lo que el poeta le escribe cuando ella le pide unos versos:

Inspíramelos tú con tus verdades
Cual tus mentiras me inspiraron éstos.
 Inspíramelos tú... Bien sabes cómo ...
 Dignos de ti, que por tenerlo todo,
 Demonio celestial, tienes talento

Gertrudis Gómez de Avellaneda. Mujer y escritora, autora de poesía, novela y teatro, nostálgica y románica, espiritista y espiritual a veces. Demonio celestial, para los hombres sorprendidos de aquel siglo.
Mirad por ejemplo a Zorilla,  creador de Doña Inés, paradigma de la pureza y la ingenuidad de las mujeres. Zorrilla, que escapó de su destino de abogado y retó su destino para ser el escritor romántico, pero que no puede ser compañero de letras y libertades de una mujer,  escribe:

. . .su escritura briosamente tendida sobre el papel, y los pensamientos varoniles de los vigorosos versos con que reveló su ingenio, revelaban algo viril y fuerte en el espíritu encerrado dentro de aquella voluptuosa encarnación mujeril. Nada había de áspero, de anguloso, de masculino, en fin, en aquel cuerpo de mujer, y de mujer atractiva: ni la coloración subida en la piel, ni espesura excesiva en las cejas, ni bozo que sombreara su fresca boca, ni brusquedad en sus maneras: era una mujer; pero lo era sin duda por un error de la naturaleza, que había metido por distracción un alma de hombre en aquella envoltura de carne femenina.

Un alma de hombre en una envoltura femenina. Despojadas de la independencia, despojadas de la inteligencia, despojadas del trabajo y la cultura. Gertrudis no fue admitida en la Academia de Letras, en la que intento entrar en 1863. Era muy culta, era una gran escritora, era rebelde y de ideas avanzadas. Pero una mujer no podía escribir profesionalmente. Despojadas. Pero aún en pie y avanzando. Miro hacia atrás y veo todavía caminar a Gertrudis, casi podría darle la mano.
Gertrudis murió en 1873.
En 1882 en Londres nació Virginia.
Quizás en algún momento  pudieron también ellas darse la mano. Quizás cuando Virginia era rechazada en algún curso universitario, cuando era despojada, quizás,  Virginia miraba hacia atrás y recordaba cómo su vida derivaba de las vidas de las mujeres que la precedieron. Después Virginia volvía a mirar hacia delante. Y perseveraba.

Quisiera decirles,  gracias.






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