Virginia
tuvo que leerlo
. . Si bien es verdad que un pequeño
porcentaje de las mujeres son inteligentes como los hombres, en conjunto, la
inteligencia es una especialidad masculina. No hay duda de que algunas mujeres
son geniales, pero la suya es una genialidad inferior a la de Shakespeare,
Newton, Miguel Angel, Beethoven, Tolstoi. Además, la capacidad intelectual
mediana de las mujeres parece muy inferior. . .
¿Quién
ha escrito esta pequeña reflexión? ¿Merece la pena saberlo? Quizás sí, ya que
sabemos que Virginia tuvo que leerla, escucharla, contestarla. Ya que sabemos
que hay todavía un murmullo que nos acompaña, y que tiene la curiosa forma de
palabras parecidas, escondidas ahora en huecos pequeños y frases disfrazadas de
normalidad , como pequeñas espirales sin fin.
Vamos
pues a ver quién es ese hombrecillo que respira
fuerte, lleva corbata de nudo hecho y lleva quince días sin afeitarse; ese
hombrecito que de forma tan exhaustiva y segura pregona la inferioridad
intelectual de la mujer.
Una
imagina a ese hombrecito realizando esforzados trabajos, intrincadas
investigaciones, escalando la historia, hurgando en los más recónditos rincones
para asegurarse de no hallar una mujer con el genio de Shakespeare. Una imagina.
. .pero pongamos nombre a este gracioso hombrecito. . . ¿Voy a escribirlo? ¿Le
daré un pequeño espacio en mi página? En este territorio en que planto palabras niñas, pájaros, nombres de árboles que son urgentes, como
higuera, olivo, sauce, olmo, acacia, roble. .. sí, abramos la puerta y donde un
día puse Alejandra, Jane, Simone, Virginia, pongamos a este hombrecito llamado
Arnold Bennett.
Arnold
Bennett escribió novelas y ejerció el periodismo; de hecho, escribió en
diversas revistas femeninas en las
que, imagino, tuvo que sujetar su alado talento, para delimitarlo y meterlo en
la jaula del genio escaso de la mujer.
Arnold
escribió mucho, y aún hoy se reedita su obra, no tanto desde luego como la de
Virginia. ¿Deberíamos leerlo? No lo sé, quizás. Puede que lo ojee
desdeñosamente desde mi posición privilegiada; yo viva, él muerto, yo presente,
el cubierto por la gris textura de los años. Yo esgrimiendo mis palabras como espadas, él sometido a este inofensivo escrutinio, con sus peores
frases abiertas y al descubierto. Puede
que lea Enterrado en vida o cuento de
viejas, y que Virginia y yo sonriamos. Ahora que Virginia dice No necesito odiar a ningún hombre, no puede herirme. ¿No puede
herirme? ¿No hirió a Virginia?
Arnold
y Virginia mantuvieron un duelo intelectual sobre la naturaleza de la novela,
una querella con los modernos en la
que Bennett defendía el realismo como único cauce para la creación literaria. Me deprime el astuto realismo del señor
Bennett, diría Virginia. Así que durante una década, dos escritores se
enfrentaron en artículos, conferencias, reuniones. Así que Arnold consideró
después de todo que la inteligencia y el valor de Virginia merecían todo ese
esfuerzo. Quizás esto es lo que debemos recordar, aún hoy, con esos insectos
molestos y tenaces todavía revoloteando, manchando la luz.
Cuando
Arnold Bennett murió Virginia escribió en su diario:
Arnold Bennett
murió anoche; lo cual me ha dejado más triste de lo que hubiera supuesto. Un
hombre amable y auténtico; limitado, un tanto torpe en el vivir; con buenas
intenciones; grandote; cariñoso; rudo; sabedor de su rudeza; oscuramente
desorientado y en busca de otras cosas; atosigado de éxito; herido en sus
sentimientos; ávido; de palabra premiosa; intolerablemente prosaico; con cierta
dignidad; entregado a la literatura; pero siempre estafado, engañado por el
esplendor y por el éxito; aunque ingenuo; un viejo latoso; un egotista; muy a
merced de la vida, a pesar de su competencia; una visión de la literatura
propia de tendero; aunque dominando sus rudimentos, cubiertos de grasa y de
prosperidad y por el deseo de horribles muebles Imperio; con sensibilidad.
Cierta capacidad de verdadera comprensión, así como un gigantesco poder de
absorción. Estas son las ideas que se me ocurren a arrebatos y sacudidas,
mientras esta mañana estoy ahí sentada haciendo periodismo; recuerdo su firme
decisión de escribir mil palabras todos los días […] Es extraño observar cuánto
lamenta una la desaparición de una persona que causaba la impresión, tal como
he dicho, de ser auténtica; que estaba en directo contacto con la vida, por
cuanto me trató mal; y casi deseo que pudiera seguir tratándome mal; y yo
tratándole mal. Un elemento de la vida –incluso de la mía, tan remota- que nos
ha sido arrancado. Esto es lo que más importa.