Hay
demasiada noche para las manos diminutas de Alejandra, se desbordan las
estrellas, pesan mucho. Y durante el
día, a veces, quedan trocitos de madrugada que no dio tiempo a escuchar, ese
sonido incesante que Alejandra escribe
Y cuando es de noche,
siempre,
una tribu de palabras
mutiladas
busca asilo en mi garganta
Alejandra
Pizarnik ama las palabras, las abre como quien abre una puerta o levanta un
puente para atravesar el vacío
Hemos dicho palabras,
palabras para despertar
muertos,
palabras para hacer un
fuego,
palabras donde poder
sentarnos y sonreír.
Palabras
donde poder sentarnos y sonreír. Leo a
Alejandra y a veces la busco en la mañana llena de pájaros. Busco a la mujer
pequeña, inteligente, capaz, herida, que habita debajo de la leyenda. Busco el
aleteo breve que permanece escondido.
Pero... ¿es posible
soportar esto? Quiero morir. Tengo miedo de entrar al pasado. Pienso en alguna
mujer de mi edad de hace un siglo. ¿Qué hacía cuando estaba angustiada? ¿Qué?
Alejandra
escribe esto en su diario, el siete de diciembre de 1952. Sí, miremos hacia atrás,
hacia esas mujeres. Por ejemplo, ¿Qué hacía Emily Dickinson en 1852? Tenía veintidós
años. ¿Qué dolor, qué cansancio la llevaron a la soledad y al silencio?
A los treinta años Emily vive aislada,
vestida de blanco y de palabras, vestida de poemas que no publica. Tras
su muerte hay un torrente incesante de versos.
Pasados ya cien años
nadie el lugar conoce:
la angustia allí sufrida
es una paz inmóvil.
La
paz inmóvil que cubre el silencio que vive en los márgenes del tiempo. Un hilo
invisible que une a Alejandra, Emily, Virginia. Mujeres que permanecen unidas a
mi imaginación, mujeres que aún murmuran y cantan.
Aquí una estrella, y otra estrella lejos:
alguna se extravía.
Aquí una niebla, más allá otra niebla,
pero después el día.
Le dice
Emily a Virginia. . .
Se sentía muy joven,
y al mismo tiempo indeciblemente avejentada. Como un cuchillo atravesaba todas
las cosas, y al mismo tiempo estaba fuera de ellas, mirando. Tenía la perpetua
sensación de estar fuera, fuera, muy lejos en el mar, y sola; siempre había
considerado que era muy, muy peligroso vivir, aunque sólo fuera un día.
Le
dice Virginia a Alejandra, y Alejandra asiente. . . y escribe dentro de esa cadena
interminable
Pero el silencio es cierto. Por
eso escribo. Estoy sola
y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí
que tiembla.
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